Por María Eugenia Rinaudo Mannucci
MSc. en Sistemas de Vida Sostenible, Coordinadora de Sostenibilidad de la Universidad Ean, miembro del grupo de expertos nacionales para la Evaluación Nacional en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de la IPBES, ex coordinadora de biodiversidad y cambio climático en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt
Twitter: @rinaudomariae
La vida en la tierra tuvo su aparición hace aproximadamente 3.500 millones de años, cuando las primeras células iniciaron un sinfín de cadenas biológicas y ecológicas dando origen al ser humano. A pesar del corto tiempo que tenemos como especie ocupando la Tierra, las graves alteraciones que hemos producido sobre el entorno, son evidentes. Muchas de ellas, han ocasionado efectos irreversibles e ingobernables incluso.
En un planeta cada vez más “caliente y abarrotado”, es urgente que reaccionemos lo más pronto posible, pues no podemos darnos el lujo de seguir traspasando los límites del planeta tierra. El daño que hemos cometido ha sido tan grave que, aunque frenáramos de golpe todas las emisiones de efecto invernadero, aun así, ciertas condiciones del planeta cambiarían. A pesar de lo anterior, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que sucedería si no hiciéramos absolutamente nada?
Nuestra sobrevivencia como especie, depende de las condiciones del planeta. La contaminación, deforestación, aumento de temperaturas, pérdida de biodiversidad y fósil-dependencia, están marcando un “punto de no retorno”, es decir, aunque quisiéramos no podríamos volver atrás debido a que el planeta habría perdido su capacidad de resiliencia y harían falta miles de millones de años para reparar el daño que hemos provocado.
En el cambio climático, uno de los principales desafíos de la humanidad, interactúan diversas perspectivas del desarrollo: ambientales, políticas, sociales, culturales, económicas y morales. Es por esta razón que este fenómeno ha demostrado que esta sociedad “no funciona bien” y, sin embargo, al ser víctimas y cómplices del aumento de la temperatura mundial, los seres humanos tenemos varias opciones para poder mitigar los efectos del fenómeno y por consiguiente replantear en cómo el mismo puede afectar lo menos posible a las comunidades, los ecosistemas y las economías del mundo.
Este desafío debe ser visto como un catalizador de procesos de degradación puesto que afecta todos los sistemas del planeta. Para atacar el problema de raíz, debemos transitar hacia alternativas económicas que nos permitan replantear las acciones humanas sobre la Tierra y generar resiliencia y capacidad adaptativa en todas las perspectivas del desarrollo. En este orden de ideas, surgen preguntas como: ¿seguir patrocinando la quema de combustibles fósiles o invertir en energías renovables?, ¿continuar deforestando o frenar la irracional tala de bosques?, ¿seguir pensando que somos inmunes al cambio climático o sentar las bases para una requerida adaptación?
Para inspirar acción, necesitamos promover una comunicación efectiva del cambio climático. Ya lo decía Jeffrey Sochs (economista) en un reciente evento climático mundial: “el control del cambio climático es un imperativo moral y una necesidad práctica”. Necesitamos inclusión de las comunidades y todos los grupos de interés: necesitamos acercar la ciencia a la gente, pues las consecuencias de nuestro modo de actuar hacia el entorno se extenderán mucho más allá de nuestro propio horizonte.
Los daños sobre el medio ambiente generan y seguirán generando costos sociales significativos (un ejemplo de ello son los desastres socio-naturales). Para ello, necesitamos transformar el conocimiento del riesgo climático es una plataforma de acción y recordar que nadie será intocable al cambio climático.
La participación social es fundamental a la hora de hablar de adaptación, desarrollo y resiliencia; y para ello, es urgente que las naciones inviertan en la gestión del conocimiento puesto que es la principal medida de adaptación al cambio climático. Las comunidades deben estar informadas y participar activamente en la toma de decisiones, cambiando así el paradigma actual, pasando de víctima y cómplice a protagonista. Se debe pensar en la gente y trabajar para ella.
El tiempo es limitado y debemos actuar ahora. Líderes políticos del mundo se han percatado de la importancia que representa el cambio climático para sus naciones, pero ¿será esto suficiente? La humanidad debe comprender que el cambio climático representa un desafío ético más que un reto científico. Eventos climáticos extremos serán cada vez más frecuentes y traerán destrucción de ecosistemas (naturales y sociales), altísimos costos económicos y -como dijo alguna vez Rob Watson (consultor internacional)- “con la raza humana como nefasto experimento biológico del planeta”.