Según el experto Jorge Molina, gracias a sus mecanismos de defensa, ha logrado evadir a los grandes depredadores del Caribe colombiano, lo que ha facilitado su reproducción.
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De acuerdo un reciente artículo publicado en la revista Nota Uniandina, cuando organismos vivos son introducidos en un nuevo ecosistema tienen el potencial de convertirse en especies invasoras y actuar como depredadoras que consumen grandes cantidades de recursos.
“Se ha demostrado que muchas de esas especies vienen con unas estrategias de defensa muy particulares que les otorgan ventajas frente a las locales. Incluso, pueden ser una especie común y corriente en su lugar de origen, pero, bajo otras condiciones, comienzan a jugar un papel totalmente diferente”, explica Jorge Molina, biólogo y director del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes.
Gracias a esas estrategias defensivas logran evadir a sus potenciales depredadores, incrementando sus niveles reproductivos y devorando distintas especies a su paso. Plantas y animales nativos pueden empezar a transitar el camino a su extinción, la biodiversidad puede ser destruida y el hábitat alterado de manera permanente por efectos directos e indirectos.
Para que sean consideradas especies invasoras deben salirse “de su rango original, es decir, que sea imposible que naturalmente lleguen al lugar en el cual puede convertirse en depredadoras. Esta es una de sus características principales”, complementa Juan Armando Sánchez, biólogo marino e integrante del capítulo Océanos y Recursos Hidrobiológicos de la Misión Internacional de Sabios 2019.
Detrás de la mayoría de estas migraciones está la mano humana. Se necesita que el hombre las traslade de un lugar a otro, lo que puede ocurrir por tres vías principales: desconocimiento, accidente o intereses económicos.
El caso del pez león (Pterois volitans, Pterois miles), que se ha expandido por el mar Caribe, ha causado una reducción en la cantidad de especies de peces nativas y un desbalance de los arrecifes coralinos.
“La gente no sabe que lo que se mueve son genes. Al trasladar un pez de un río a otro, por más que allí exista la misma especie, se puede estar produciendo una mezcla genética que causaría problemas, tanto para el espécimen que se suelta como para las poblaciones locales”, asegura Molina.
El pez león, una especie nativa del Indo-Pacífico, es uno de los mejores ejemplos de estas mascotas exóticas que se salen de control. De acuerdo con el Servicio Nacional de Pesca Marina de EE. UU., a mediados de los 80 ocurrió el primer avistamiento de un pez león en las costas de la Florida. Tres décadas después, se ha expandido por el Atlántico, el Golfo de México y el mar Caribe. En Colombia ha sido reportado a lo largo de toda la costa atlántica y en San Andrés y Providencia.
Se cree que los primeros especímenes fueron introducidos a Florida por coleccionistas que los tuvieron al principio como mascotas y luego los liberaron. A esto se sumó que, en 1992, con la inundación de varios acuarios privados por el paso del huracán Andrew fueron liberados los que estaban allí en cautiverio. Finalmente, por medio del agua de lastre de los buques también pudieron llegar más peces.
“Se sabe que el pez león era una especie común y corriente en su hábitat natural y que, gracias a sus mecanismos de defensa, ha logrado evadir a los grandes depredadores del Caribe colombiano, lo que ha facilitado su reproducción”, explica Jaime Molina.
Según un estudio de la Universidad del Estado de Oregón (EE. UU.), una hembra produce por desove hasta 30.000 huevos cada cuatro días y desova tres veces al mes; con ello puede provocar la reducción de un 80 % de la población de peces nativos en un coral aislado, ya que se come a los pequeños —algunos sirven para mantener el balance natural del medio, como aquellos que mantienen controlada la expansión de las algas—.
Como no tienen depredadores naturales, distintos proyectos impulsan su pesca y consumo como método de control.
Expansión del pez león 1985-2020