Viernes, 19 Abril 2024

Texto: Patricia Forero

El Guainía, si es que alguna imagen les evoca a los colombianos, puede ser la de la recóndita tierra de La Vorágine, con sus historias de inclemente conquista y explotación de caucho (y chicle); o la de la ‘tierra prometida’ de los colonos colombianos, brasileños y venezolanos, que quisieron encontrar el oro en sus ríos; o aun, la del explorador Von Humboldt, quien descubrió extasiado que el río Casiquiare no solo corre en dos sentidos, sino que alberga especies únicas que deben ser secreto de España; o si no, es posible también que evoque un estigma más reciente y recurrente para nuestros lugares olvidados, el de la guerra, debido al paso del régimen del ‘Negro Acacio’ hace unos diez años. Por lo demás, suele ser una tierra apartada, tranquila y olvidada, que apenas ahora vuelve a mencionarse, debido a la reciente declaratoria de la Estrella Fluvial del Oriente, en Inírida, como humedal Ramsar.

Esta propuesta, apoyada por Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt, y por otros defensores de la zona del antiguo Escudo Guayanés (algunos de los terrenos del Guainía y la Estrella Fluvial hacen parte del Escudo), como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), busca lograr el reconocimiento mundial de su valor hídrico, paisajístico y de la variedad endémica de fauna y flora que alberga, para que con su preservación se pueda contribuir a reducir los efectos del cambio climático y a contrarrestar la presión que la minería de gran escala ejerce sobre un territorio que, en un 65 por ciento, está integrado por los descendientes indígenas de los antiguos pobladores puinave, sikuani, curripacos, piapocos, yerales, cubeos y desanos.

Lugar privilegiado, la Estrella Fluvial de Oriente

En el Guainía ocurre un fenómeno extraordinario al que se le atribuye en gran parte su riqueza biodiversa: en los bancos del río Casiquiare se unen dos parajes muy distintos e igualmente majestuosos: la cuenca del Amazonas y la del Orinoco. El Guainía no es entonces ni la Amazonía ni la Orinoquía, sino que se parece a las dos, con un componente adicional de historia en sus paisajes: petroglifos sobre las piedras de los ríos, antiguos cerros y tradiciones y leyendas.

Sus paisajes de transición dan vida a una de las regiones de mayor reserva de biósfera en el mundo. Allí se mezclan bosques bajos, que se inundan en periodos de invierno, formaciones rocosas majestuosas, como los asombrosos y escalables cerros precámbricos de Mavicure, selvas, sabanas y lagunas, caños, ríos claros y de colores y playas de finas arenas blancas, en donde habitan 191 especies de peces (más de 100 son ornamentales), más de 450 especies de aves, una gran variedad de mamíferos de los Llanos y del Amazonas y distintos ejemplares de aves acuáticas y anfibios que, en conjunto, tienen un gran valor genético.

Mientras se navega por los ríos o lagunas del Guainía, se pueden avistar, por ejemplo, garzas morenas, loros, guacamayas y águilas, así como perros de agua y toninas, unos delfines de río muy similares a los delfines rosados del Amazonas.

En la Estrella Fluvial, llamada hace más de 200 años por Humboldt el ‘nacimiento del Gran Orinoco’, también ocurre algo fuera de lo común: se juntan las aguas (de diferente color) de tres grandes ríos, en un paisaje apacible, con pequeños raudales y tepuyes (montañas precámbricas de cumbre plana) que emergen a lo largo del curso de los ríos.

Allí se puede nadar entre sus aguas y ver cómo el río Orinoco (inicial) se mezcla con el Atabapo (de aguas negras) y el Guaviare (que viene con las aguas del Inírida) para conformar el Gran Orinoco. Siguiendo su caudal, además, se encuentran los dos raudales más anchos del mundo: el de Maipures y el de Atures.

Esta diversidad y biocapacidad fue la que sedujo al biólogo bogotano Fernando Carrillo, quien desde hace más de 16 años, con excepción de los casi diez de violencia, organiza con los resguardos locales estadías de investigación para estudiantes universitarios de biología de la capital (de botánica y entomología) en los ‘laboratorios vivos’ que ofrecen sus entornos naturales.

Hace dos años, la posibilidad de apostarle a negocios sostenibles de biodiversidad en la zona con la participación de las comunidades, lo llevó a trasladar el funcionamiento de su organización no gubernamental y de su familia al Guainía. Como él lo explica, “para capacitar haciendo y mostrar que con pocos recursos se pueden hacer negocios responsables exitosos. Solo con el éxito se logra tener participación y continuar las iniciativas”. Hoy aún reciben visitas especializadas que involucran a guías locales, en una nueva área protegida que se adaptó para este propósito y para futuros negocios verdes, frente a la Estrella Fluvial.

Culturas ancestrales

Las culturas y las reservas indígenas son predominantes en el departamento (65 por ciento de los 40.000 habitantes de la región son indígenas y 3.000 más son ‘cabucos’ o hijos de colonos e indígenas). Según Octaviano Martín, médico de la región que llegó al Guainía para realizar su práctica rural hace 20 años y quedó encantado por las buenas prácticas de salud indígena, la ascendencia de estos pueblos de las familias proto arawak, curripacos y proto maipures se remonta a los antiguos indonesios.

A esta tesis, difícil de confirmar, le sigue una que constata en su día a día: la baja presencia de enfermedades y desnutrición en los pueblos indígenas, que atribuye a la buena alimentación y a la calidad del agua y el aire. Así, el buen pescado de río, fresco y ‘moquiado’ (asado en hojas de palma), las bebidas a base de frutos de palmas (manaca, ceje, uva camarona y otras), así como el chontaduro y las frutas que niños y adultos recogen y comen constantemente mientras caminan en la selva, son una muy buena fuente de nutrientes. Por otro lado, considera que el uso constante de ají en sopas y comidas puede tener un efecto repelente a los insectos y es favorable para la prevención de otras enfermedades de la zona y del cáncer de piel.

Otras costumbres tradicionales como la elaboración de artesanías en tierra negra con tejidos de palma chiqui chiqui, la pesca y el cultivo de piña y yuca también se mantienen. Sin embargo, desde los años cuarenta, cuando la evangelizadora norteamericana Sophia Müller aprendió cuidadosamente sus lenguas y tradujo la Biblia, muchos de los indígenas, de diferentes etnias, adoptaron sus dogmas y dejaron de lado sus visiones cosmológicas, así como muchos de sus hábitos.

De la extracción a la exploración

Muchas de las personas dedicadas a la minería artesanal llegaron a ella buscando oportunidades desde otras regiones del país o desde Brasil y Venezuela, cuando el río Inírida se consideraba una fuente certera para extraer oro desde balsas flotantes. Una vez se hizo más difícil encontrar oro en el río (la búsqueda dejó islas no naturales de arena), la mayoría de los exploradores se desplazaron a la reserva natural de Yacapana en Venezuela para acampar y escarbarlo en tierra. Familias en Inírida aún viven del oro y de la explotación ilegal de coltán, aunque se espera que el turismo sostenible dé incentivos para que cambien su actividad.

Es el caso de Marco Tulio Velásquez, ‘El Diablo’, como todos lo conocen en la región, quien luego de intentar legalizar sin éxito su empresa minera artesanal y a medida que sus hijos fueron creciendo y trabajando a su lado, decidió adaptar y convertir su balsa de extracción en un transporte turístico en el que se sirven comidas o se realizan eventos sociales, mientras se hacen paseos exploratorios por el río.

Su motivación más profunda fue un cambio de vida para sus hijos. Recuerda la ansiedad de la extracción, la pérdida de la noción del tiempo mientras se explora y, como en un casino, la sensación de no ahorrar y malgastar lo que se gana de la noche a la mañana. Sin embargo ahora, además del daño a los paisajes en grande si entraran las multinacionales a sacar, le aterra también la idea de tener una nueva ola de violencia atraída por estas riquezas de las que muchos quisieran participar.

Los indígenas también se han organizado y unido, poco a poco y más que en los países vecinos, alrededor de la convicción de no querer minería a gran escala en la zona, con las presiones que eso implica. La región es rica no sólo en oro, sino también en coltán y tungsteno. Mientras tanto, el turismo crece a un ritmo normal, teniendo en cuenta que había poco: en tres años se ha pasado de recibir 40 a 1.200 turistas al año.

El gobierno local espera que con esta apuesta y con los próximos recursos de regalías puedan mejorar temas como la in¬fraestructura de vuelos, puntos de conexión a internet en lugares apartados y capacitaciones y certificaciones para los guías, mientras que en la región desean que el turismo sea participativo y sostenible, dirigido a un público selecto, amante de la naturaleza, las caminatas, su gente, el uso del agua y la exploración responsable de esta tierra aún poco conocida.

Datos útiles

Cómo llegar: 
Vía aérea: En el Aeropuerto César Gaviria Trujillo de Inírida, la aerolínea Satena opera rutas Bogotá-Inírida los jueves, sábados y domingos (trayecto de 70 minutos) y Villavicencio-Inírida, los martes, jueves y sábados (trayecto de una hora).

Vía fluvial: Se puede llegar a Inírida por río, previendo primero un trayecto largo por tierra de 2 días entre Villavicencio y Santa Rita (Vichada). Allí se toma una lancha rápida llamada ‘voladora’, por los ríos Orinoco, Guaviare e Inírida, hasta llegar a la capital. La navegación toma siete horas. Una segunda alternativa con la misma duración es recorrer por tierra el tramo Villavicencio-San José del Guaviare y tomar el río Guaviare hasta encontrarse con el Inírida.

Cómo movilizarse:
En la ciudad es fácil desplazarse a pie o en motocarros. Para desplazarse por río a otras po-blaciones o lugares de comercio y turismo en Colombia y Venezuela, hay compañías en Inírida que prestan este servicio fluvial. La Agencia Transportadora del Suroriente opera todos los días y la empresa Aero-Inírida tiene rutas, todos los viernes, hacia Barrancominas y San Felipe.
Qué llevar:
Equipaje ligero y cómodo, protector solar, sombrero o gorra, gafas con filtro UV, repelente de insectos, camisetas frescas de manga larga y manga corta, pantalones, zapatos para caminar y botas de campaña. Si se quiere acampar o pernoctar en las reservas naturales o en las playas de los ríos, es también aconsejable llevar carpa o hamaca con mosquitero y una linterna. Los guainianos aconsejan, además, ir con respeto y admiración por los escenarios del departamento.
Salud:
En Inírida se encuentra el Hospital Manuel Elkin Patarroyo, con nivel de atención 2.
Conectividad:
En la capital hay cobertura de los principales operadores de telefonía celular, servicio de telefonía fija, salas de internet y zonas de conexión inalámbrica en los hoteles.

 

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Editorial

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