Director de Catorce6
La ideologización del debate ambiental ha cobrado en el planeta su principal víctima. Se expresa en los gobiernos locales y nacionales, en el activismo, en la política y aún en la academia. Hay temas urgentes que tomadores de decisiones prefieren no abordar, pues creen que con una posición diferente estarían fortaleciendo la tendencia ideológica contraria.
Expertos en materias como calidad de aire en el caso de Eduardo Behrentz o biodiversidad como Brigitte Baptiste y Gonzalo Andrade, han sufrido el tránsito de la adulación al matoneo en cuestión de días. Sucedió cuando sus reflexiones coincidieron y dejaron de coincidir con el discurso activista o decisiones de gobierno.
Hemos visto a Behrentz citado y descalificado por funcionarios de las dos últimas administraciones de Bogotá, según la coincidencia de sus opiniones con las decisiones que han tomado sobre emergencia ambiental o transporte público. Lo mismo ha sucedido con Baptiste, cuando se atrevió a hablar de sostenibilidad e industria en casos como la minera. También pasó con Andrade cuando la comisión de expertos sobre fracking, de la que hizo parte, entregó sus conclusiones recomendando -entre otras- un piloto experimental sobre esa práctica.
La ideologización busca a toda costa la crucifixión de un sector de la sociedad. Ella ha impedido que se incorpore responsablemente la información, la evidencia científica y el conocimiento a la discusión pública o a las decisiones de líderes, funcionarios o directivos de empresa.
Muchos militantes de izquierda han hecho de las banderas ambientales su propiedad privada. De otra parte, muchos expertos ambientales prefieren ausentarse de los debates para evitar desgastes; así se han venido aplazando discusiones sobre problemáticas de extrema gravedad que no dan espera. Un solo ejemplo son los vertimientos inadecuados que hogares, negocios e industrias hacen al alcantarillado de nuestras ciudades.
Efectivamente en sólo Bogotá, durante el último año, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado ha tenido que atender 9.300 emergencias (25 diarias en promedio) y gastar más de 4.400 millones de pesos para retirar las bolas de grasa que se solidifican en las alcantarillas de la ciudad. Todos los días las redes de alcantarillado se colmatan en zonas cercanas a restaurantes, centros comerciales o zonas industriales. Así fue muriendo el Río Bogotá; así agonizan el Río Cauca y el Río Suárez, en consecuencia se enferma gravemente el Río Magdalena.
Problemáticas como la anterior obligan a la revisión de hábitos de consumo, de producción y de formas de gestión pública; es decir, deberían estar en el primer lugar de la agenda local y nacional. Pero no está sucediendo de esta manera seguramente porque tal debate no permite crucificar al enemigo económico o político predeterminado.
Los mismos que se rasgan las vestiduras hablando de la protección de nuestras fuentes hídricas, poco hacen para evitar que estemos disputando el campeonato de ríos sucios del hemisferio.
No cabe duda que una de las prioridades ambientales del momento consiste en asumir tales discusiones sin ideología de por medio.