Martes, 19 Marzo 2024
Producción Limpia

Tras décadas de contaminación, caleras de Sogamoso cambian hornos por bonos de CO2

Con los más altos índices por enfermedad respiratoria aguda por la contaminación del Valle de Sogamoso, alfareros cambiaron sus hornos de cal y ladrillo por bonos ambientales.

 

 

La densa, grisácea y tóxica nube de humo que Plinio Tenza veía al levantarse todos los días sobre el valle de Sogamoso se ha ido disolviendo. Desde su casa, ubicada en la vereda Buenavista, ya puede contemplar lo hermoso del cielo azul, las blancas nubes que antes se confundían con el humo que salía de los hornos para fabricación de cal y ladrillo. Ya puede ver las montañas a lo lejos y respirar un aire que siente diferente, menos pesado, más puro.

Plinio es uno de los 150 artesanos dedicados a la alfarería y a la producción de cal que desde principios de este año decidieron apagar, para siempre, los hornos que hacían que el extenso valle fuera, hasta hace dos años, la cuarta zona industrializada con más polución atmosférica de Colombia y uno de los lugares con mayor índice de enfermedades respiratorias.

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Solo en 1994, según la Secretaría de Salud de Boyacá, la principal causa de morbilidad en la población fueron las Infecciones Respiratorias Agudas (IRA), con 57,3 por ciento. Únicamente en el hospital San José de Sogamoso, donde en los 80 los casos de IRA no superaban los 3.500 al año, se llegó a tener más de 9.000 en 1994.

Para el 2007, la segunda causa de muerte en Sogamoso fue la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, con 40 casos registrados, y aunque hubo un notable descenso para el 2010, cuando se registraron 27 muertes, las autoridades ambientales y de salud del departamento ya analizaban diferentes alternativas para enfrentar el alto índice de muertes por enfermedades respiratorias.

Precisamente para ese año, la Corporación Autónoma Regional de Boyacá (Corpoboyacá) y la Gobernación del departamento formularon un proyecto para erradicar las fuentes de emisiones contaminantes en los sectores artesanales de producción de ladrillo y cal que —según un diagnóstico de calidad del aire realizado por Corpoboyacá y Universidad de La Salle— producían en el 2013 el 56,39 por ciento del total de las emisiones contaminantes del valle de Sogamoso.

“Nos darán $540.000 mensuales
durante los próximos cuatro años. Me
preocupa qué pasará cuando esa plata
se acabe”

Se propuso, entonces, cerrar 150 de los 600 hornos que se habían identificado, y que aquellos que quedaban funcionando se tecnificaran o se asociaran en pequeñas microempresas para reducir el gas carbono que afectaba en gran medida a niños y a adultos mayores.

No era la primera vez que se intentaban medidas similares para frenar el deterioro ambiental en la región. El director de Corpoboyacá, Ricardo López, aseguró que desde hacía dos décadas se propusieron proyectos desde la Gobernación departamental, el Gobierno nacional e, incluso, la Procuraduría General de la Nación, sin que diera mayores resultados. Lo que se estaba negociando era nada menos que la sostenibilidad económica de, paradójicamente, una importante zona industrial del país, con una población que en muchos casos no tenía sus necesidades básicas satisfechas.

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La voluntad de la comunidad ha sido fundamental en el éxito del proyecto.

 

“Creo que la diferencia con este proyecto es que se generó una confianza con la comunidad —recordó López—. Fuimos hasta cada horno para saber quiénes trabajaban allí, cuáles eran sus condiciones, cuánto eran las utilidades mensuales. Nos dimos cuenta de que las personas eran conscientes de que al producir ladrillos o cal contaminaban el aire, pero si no lo hacían, ¿de qué vivían?”.

Conscientes de esta y otras condiciones que se discutieron con los propietarios de los hornos, se consolidó el proyecto. Plinio fue uno de los que aceptó dejar el negocio con el que les dio educación a sus hijos, pues, aunque era una tradición de familia, no quiso que ellos se dedicaran al oficio; además, las condiciones no eran las más óptimas para trabajar.

“Por haber destruido los hornos nos darán, durante los próximos cuatro años, 540.000 pesos mensuales. Eso está bien, pero me preocupa qué pasará cuando esa plata se acabe”, comenta el hombre de 63 años, de los cuales dedicó 43 a la alfarería. López precisó que ya se vienen adelantando los primeros cursos en técnicas o tecnologías, para generar una obra de mano calificada, a la par que se enseñan nuevos procesos de producción sin generar impactos ambientales negativos. “A los que se les compraron los hornos se les darán 26 millones de pesos en total. Y donde estaba el horno sembramos árboles como compensación ambiental. Los cursos ya vendrán para todos”, explicó.

De acuerdo con el funcionario, otro de los grandes resultados del proyecto ha sido la adopción de pequeños hornos: “Se ha promovido que 280 productores de ladrillos y 120 de cal se asocien en grupos de 10 o más. Estos, con nuestra asesoría, realizaron mejoramientos a los hornos y cambiaron el combustible que usaban por uno más limpio”.

Para lograrlo, en el año 2013 se expidió la Resolución 618 que les obliga a usar coque como combustible, pues genera menos partículas contaminantes, así como la implementación de sistemas de ductos y chimeneas, a la par que se hace la reconversión tecnológica.

“Llevamos más de 150 años en la
producción de cal y en la alfarería y es
la primera vez que hacemos un cambio
de conciencia ambiental”

Segundo Ramón Hernández, aunque en un principio no creía, se arriesgó a invertir parte de su capital en el proceso tecnológico. Va paso a paso, pues no tiene todo el dinero, y asegura que los resultados desde el punto de vista ambiental son generosos, pero no así en el económico, pues se ha visto “a gatas” para sostener a su familia y a los jornaleros que ven en el negocio una oportunidad de empleo.

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Los hornos que continuaron en operación fueron tecnificados y cambiaron el
combustible por coque, que emite menos material particulado.

 

“En esto hemos trabajado cuatro generaciones, llevamos más de 150 años en la producción de cal y en la alfarería y es la primera vez que hacemos un cambio de conciencia ambiental. Alguna vez el mismo Gobierno nos trató de criminales, pero lo que ahora deben reconocer es que esta vez fue nuestra voluntad y las ganas de respirar aire limpio lo que nos hizo cambiar, así eso nos esté costando caro, pues ya el trabajo es muy malo”, dijo Segundo Ramón.

López reconoce que la voluntad de la comunidad ha sido fundamental en el éxito del proyecto, que en este primer semestre del 2015 logró evitar que 25.000 toneladas de gas carbónico llegaran a la atmósfera.

“Eso nos genera unos bonos de carbono que pagan a 25.000 pesos la tonelada. Es decir que, con el cierre de los 150 hornos y la reconversión de los otros, estaremos generando, cada seis meses, 620 millones de pesos que serán invertidos en proyectos para la población”, indicó López.

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Quienes vendieron los hornos recibirán cursos del Sena. Con estos, según
Corpoboyacá, se generará sostenibilidad económica.

 

Esa es precisamente una de las exigencias que Plinio le hace tanto a las autoridades nacionales como a las regionales: que se inviertan recursos en fomentar el empleo en el Valle de Sogamoso, porque si no se implementan propuestas claras y proyectos sostenibles, el intento por tener un aire limpio quedará en solo eso: “En un intento”.

Por ahora, los rayos del sol atraviesan sin combatir las nubes y el Valle luce días más claros y cálidos.

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