Altas cantidades de grasa, proteína, vitaminas, minerales y fibra son los ingredientes que aporta el consumo de insectos en una dieta diaria balanceada. Sin embargo, el punto de referencia más alto frente a las bondades de los invertebrados son sus maravillosos aportes al ambiente y la conservación de ecosistemas. Ellos emiten menos gases de efecto invernadero y de amoniaco, lo que reduce significativamente el calentamiento del planeta.

Así lo afirmó la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la Agricultura (FAO) en su más reciente informe, con el cual insiste en la necesidad de comer insectos, como una solución alternativa al problema del cambio climático actual. Según el organismo internacional, la industria ganadera genera una quinta parte del dióxido de carbono y metano que llegan a la atmósfera, un nivel casi comparado con la contaminación que produce el uso de combustibles fósiles en automóviles.

Para promover el uso de insectos como alimento, la FAO y la universidad holandesa de Wageningen realizan una serie de conferencias desde la perspectiva “Insectos para alimentar al mundo” cuyo propósito es difundir este tipo de información en diferentes países y de una vez por todas eliminar el imaginario cultural que encasilla a los insectos en el ámbito de organismos transmisores de enfermedades, con alto riesgo para la salud.

No obstante, a diferencia del ganado tradicional, otras ventajas a tener en cuenta son el mínimo costo de producción, la reducción de espacios para cultivo de animales y su fácil obtención ya que se encuentran en grandes cantidades en casi todas las zonas de la biósfera.

Según la FAO, con ellos se podría pensar en una alternativa para sustituir alimentos caros como los cereales. Por esta razón, consumir insectos no es una idea descabellada si se vislumbra como una manera adecuada de lograr una significativa producción que alimente a los nueve mil millones de individuos que conformarán la población mundial en los próximos 30 años.