Viernes, 19 Abril 2024
Texto y Fotos: 
Andrés Henao Álvarez / Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 
 
En 1993, el agua no llegó más a la finca de los Londoño. Clara, la joven silletera vivió la escasez y su familia tuvo que replantear el negocio del musgo que desde Santa Elena bajaban en camiones para comercializar en Medellín. Hasta ese entonces era su sustento.
 
“De repente se secó el nacimiento que proveía mi casa y teníamos que ir más lejos a extraer el agua, teníamos que levantarnos a las 4 de la mañana, más temprano de lo normal, para alistarme e ir a estudiar”, recuerda la mujer que hoy es guía del Parque Ecoturístico Arví, reserva ecológica única de su género en el país, y que  defiende la conservación de los recursos naturales. Así empezó una etapa ambiental en su familia, que no imaginaban.
 
Lo que pasaba con el verde también empezó a desteñir el colorido de la flora silvestre en este corregimiento afamado por las flores que cada año deslumbran a espaldas de silleteros que caminan en un desfile tradicional. Especies de orquídeas, bromelias y anturios entraron a la lista de vulnerables por su extracción indiscriminada con fines comerciales. 
 
El alto en el camino de una pronta extinciónde recursos se difundió en elcorregimiento y fue así como un grupode 28 selenitas decidieron capacitarse durante un año con el Sena para sercertificados en Reproducción, Comercializacióny Buenas Prácticas de Especies Nativas.
 
Fueron apoyados por el Gobierno de Finlandia y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), a través del Programa Manejo ForestalSostenible (MFS), la Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB) y organizaciones sociales del territorio que trabajan con la Corporación Parque Arví en la reproducción y reintroducción de estas especies.
 
El proyecto, denominado Establecimiento de un Centro de Cultivo de Especies Nativas Ornamentales del Parque Arví, que ha contado con más de 300 mil dólares de recursos invertidos, busca que los campesinos tengan buenas prácticas a través de capacitación profesional y se logren hacer reproducciones in vitro y ex vitro de estas especies, para garantizar su conservación en un corto plazo.
 
 
 

En Santa Elena, corregimiento de Medellín de tradición silletera, 28 campesinos se capacitron en la reintroducción de tres especies florales en sus bosques.

Alba Mery Grajales, una campesina chapeada que no se sonroja por su pasado ligado a la extracción de flores, manifiesta que antes las desenterraba de sus propios bosques “a falta de conciencia”. Hoy es una de sus nuevas guardianas.

Tiene muy claro dónde, cuándo y cuántas de sus “queridas” están reintegradas: 18 orquídeas y 3 bromelias van sumando en su cuenta personal. Se siente feliz porque 7 están en el parque de la vereda Piedra Gorda, en lo más alto, “para que a ningún extranjero se le ocurra llevárselas”.
 
En su nuevo rol, Alba explica que es un regalo que le dejará a sus nietos: “Y lo hago también por el restico de vida que Dios me da para vivir en un buen ambiente, viendo las flores crecer”, dice.
 
Alba Grajales se graduó en Reproducción, Comercialización y Buenas Prácticas de  Nativas Ornamentales con el Sena
 
 
Darle vida a las nativas ornamentales
“Por bellas. Ese es su pecado, ser bonitas”. Así explica Marta Llano la amenaza a la que se han visto expuestas las tres familias de flores que hoy salvaguarda. Es una dura crítica a la cultura turística de “robarse el piecito”, pero entiende que el pensamiento se mitiga con educación.
 
Vive hace 20 años en un bosque de Santa Elena y su sentido común ha sido la conservación. Hace pocos días, fuertes vientos tumbaron un árbol en su gran patio y con él las 11 orquídeas que crecían en sus ramas. Como una buena madrina, las reintrodujo.
 
“Pueden llamarme rescatista, restauradora, pero a fin de cuentas es saber que estamos vivos y que necesitamos muchas veces una mano y estas especies lo que necesitan cuando se caen de los árboles es que las cojas y la pongas en los bosques”, asegura.
 
Con la creación de este proyecto de reintroducción, que funciona desde hace 18 meses y que ella lidera, explica que disminuir la extracción se consigue restaurando y conservando. Para ello se construyó el Domo de Orquídeas y el Sendero de Bromelias y Anturios que fue inaugurado el 21 de noviembre en el Parque Arví y desde el cual, según sus cálculos, han salido ya unos 2.241 especímenes que están en manos de los campesinos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

El Domo de Orquídeas está en el Parque Arví de Santa Elena. Algunas de las especies crecen dos centímetros por año, un proyecto de conservación a largo plazo.

 
 
 
 
 
 
 
Marta Llano, líder del proyecto, trabaja con las especies en el domo. 
 
“En el recorrido que se hace a los turistas cuando llegan del Metrocable, queremos enseñar que la extracción pasa porque hay compradores. Colombia es un país de muchas orquídeas (unas 4.300 especies), pero principalmente de gente negociante y coleccionista. Muchos tienen orquídeas por bonitas, las reproducen y tienen grandes cultivos, pero nadie está restaurando los bosques”, enfatiza.
 
Marta es una caminante ecológica que ha entregado su vida a la conservación y hoy busca ofrecerles a los campesinos alternativas con soluciones que mitiguen el impacto buscando que ellos, en el corto plazo, tengan los recursos para vivir sin tener que volver al monte por las especies.
 
“Creo que mucho de lo que hay acá en cualquier lugar del mundo sería un éxito. Es una planta que podrá contar una historia de un lugar lejano y de una familia campesina que la cultivó. Yo les dije a los de Finlandia que se prepararan porque les iba a mandar un contenedor de dráculas (orquídeas)”, comenta.
 
Como Clara y Alba, hoy los silleteros ven con otros ojos el bosque que durante años ha sido parte de su vida. Siguen viviendo de sus frutos, pero con un cambio progresivo. El éxito estará en la cadena de comercialización con la base de la idea de buscar una alternativa para que estas plantas se reproduzcan en serie por su propio bien y con el sueño de buscar nuevas opciones para estas comunidades.
 
“Antes éramos nosotros los extractores, hoy hay días que tenemos que detener a los extranjeros que descaradamente quieren salir con bolsadas de nuestras flores, pero ellas se quedan acá a donde pertenecen”, reflexiona Alba Grajales.
 
 
Un anturio negro puede comercializarse hasta en 400 mil pesos. 
 
 
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Editorial

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