Miércoles, 24 Abril 2024
Por Andrés Henao Álvarez
 
La voz aguda de Tomás Carrasquilla sentó un reproche a mediados del siglo XX: “Aquí te pu­sieron en cintura, te metieron en línea recta; te encajonaron, te pusieron arboladas en ringlera”, refiriéndose a la manera como iba a ser domado el río Medellín, cuando el Estado cedió a la de­manda de colonos por enderezar el afluente que serpenteaba el Valle de Aburrá.
 
Corría el año 1956 cuando se terminaron las obras de canalización de la margen izquierda del Aburrá, como también se le conoce a las aguas, que histó­ricamente han tenido dividida en opiniones y en territorio a la capital antioqueña a lo largo de una cuenca de 1.251 kilómetros cuadrados que toca 10 municipios. La rectificación del río Medellín no solo cambió su curso, también su destino.
 
Las voces de una ciudad benévola y de oportuni­dades se propagaron a lo largo y ancho de la re­gión y el país, la industria prosperó rápido: en un siglo la ciudad aumentó 11 veces su población. De 60.000 habitantes en 1905 se pasó a 358.000 en 1940 y actualmente ya son 2.450.000.
 
Fue un rumbo ejecutado por la Sociedad de Me­joras Públicas de Medellín ante el llamado de una ciudad que decidió controlar su cauce con la construcción de una planicie profunda que acabó los meandros y dejó atrás los relatos de vida de las lavanderas y de los balseros, quienes transpor­taban pobladores de un costado al otro del río en canoas.
 
El paisaje varió, la ocupación de espacios baldíos se masificó con viviendas legales e ilegales y nue­vos inquilinos llegaron de todas las regiones para asentarse en una ciudad con ánimos de progreso. Hoy hay 110.000 viviendas en invasión de cauces que no están conectadas a la red de alcantarillado de la ciudad y dispersan todo tipo de vertimien­tos, los cuales van a parar a muchas de las 250 quebradas que desembo­can en el río.
 
En la Medellín contemporánea ya hay 994 mil usuarios o ins­talaciones de acueducto activas, de las cuales 916 mil (92%) pertenecen al sector residencial y 77 mil (8%) al no residencial (comercial, industrial, oficial y especial), y solo el 20 por ciento de las aguas residuales que arrojan ambos sectores, equivalen­te a 1.400 metros cúbicos por segundo de aguas negras, se tratan a diario en la Planta de San Fernando, que opera en el municipio de Itagüí hace 16 años.
Un siglo después de la voz escrita en la tinta de Carrasquilla, los males que lleva la corriente de sur a norte de Colombia siguen llevando el arrastre del impacto de basuras, coloraciones, el ex­terminio de especies animales y vegetales, la vida escasa de los macroinvertebrados y la muerte que abunda ante la escasez del oxígeno. De ahí que pensar en un resurgir eleve suspicacias.
 
En el río que brota de las montañas del municipio de Caldas, la gente se baña en este marco de antaño. / Foto: Andrés Henao Álvarez.
 
 
LA VIDA DONDE AÚN EL AGUA ES CRISTALINA
 
Gloria Rendón se levanta a las 4 de la mañana y con la madera que fue a leñar el día anterior prende el fogón para preparar las arepas y los huevos del desayuno familiar. En otros tiempos, el pescado era un plato recurrente en su mesa; sin embargo, el agua que corre frente a su casa como un arrullo transparente ya no le deja ese tipo de bendiciones.
 
Hace 23 años vive en una finca ubicada en el alto de San Mi­guel, corregimiento de Caldas, donde las aguas transparentes nacen para confluir en el río Medellín. Ella cuenta que poco tiene que hacer en la capital, pero cuando baja de su finca no pierde de vista el río: “Aquí el agua es pura y nosotros bebe­mos de ella, ni siquiera la hervimos y lo triste es en lo que la convierten después”, reflexiona la campesina.
 
A Gloria le preocupa la carencia. Relata que hace ocho años el nacimiento tocaba a su puerta, con aviso de inundación, pero su cauce ha disminuido como la vida que tomaba para su cocina: “Pescábamos en el río, comíamos de él. Yo recuerdo ver pasar todos esos peces que nadaban pero hoy no, y si esto sigue así se va a acabar el agua”, señala.
 
Con la rectificación se perdió la cobertura lateral, aquella capa de vegetación que da protección y sombra a los seres que viven dentro del agua y mantiene su temperatura
 
AGUA QUE BUSCA SU CAUDAL
 
En 1984 se contrató la construcción del Metro de Medellín, el sistema de transporte masivo que nació en las vecindades del río. Veinte años después y debido al escaso mantenimiento del canal, el agua retomó su memoria y generó contratiempos.
 
En marzo de 2014, un alud de una franja en el municipio de En­vigado entre las estaciones Ayurá y La Estrella originó trastornos en la movilidad de al menos 100 mil pasajeros durante un mes. La cantidad de agua que pasa por el canal no es la misma que pasaba hace dos décadas y fue así como el suceso hizo evocar la importancia de los meandros que cayeron en la rectificación.
 
La urgencia manifiesta declarada por el Área Metropolitana representó una adición de 21 mil millones de pesos más a las cuentas de la administración local. Hasta ese día los dineros invertidos en el río alcanzaron los 140 mil millones de pesos. El contrato, celebrado con la Universidad Nacional, busca ana­lizar la carga de sedimentos que aportan las quebradas más representativas del Área Metropolitana (integrada por 9 muni­cipios), causantes del deterioro progresivo del canal.
 
“Va pasando el tiempo y ellos (el Metro) están al lado de un cauce natural que se volvió artificial, y cuando uno vuelve el agua artificial, el agua va teniendo memoria, y con un pedazo de losa que se vaya dañando, él la va socavando y se va me­tiendo hasta que un día puede ocasionar un deslizamiento... y así pasó”, explica Ana Milena Joya, subdirectora ambiental del Área Metropolitana.
 
El sur de la ciudad quedó desconectado y la afectación del sistema de transporte masivo hizo que los ojos estuvieran de vuelta al río. Se empezó a trazar un plan de interven­ción inmediata en 11 puntos críticos. El contrato aún es materia de discusión entre el Área y el Metro, quien ar­gumenta que las obras no son su responsabilidad, pero el Área asegura lo contrario.
 
“Finalmente, el río es un hecho metropolitano para nosotros como entidad. Ya analizaremos técnicamente qué pedacito le cobramos a cada uno o si lo asumimos nosotros, pero este es un proceso en el que teníamos que actuar”, agrega la funcionaria.
 
“El canal artificial está construido en su gran mayoría con con­creto y este necesita mantenimiento, especialmente aquellas obras que van transversales al él y que son las que más se ven afectadas por el impacto de toda la carga sedimenticia que traen las aguas”, añade.
 
En los últimos 4 años se han invertido 140 MIL MILLONES de pesos en el río
 
PARA VOLVER AL RÍO
Antonio Vargas del Valle es un bogotano que gerencia Par­ques del Río Medellín, la obra que se ha promovido como la esperanza de rescatar la calidad del recurso hídrico y su entor­no. Según sus cuentas, varias especies de animales volverán al río, entre ellas las chuchas, y el aire mejorará por la siembra de 6 mil árboles jóvenes y la introducción de plantas epífitas, que crecen sobre los árboles usándolos como soporte.
 
Un río saludable contiene una sucesión de meandros, pozas, rápidos, corrientes y sustrato, material que abunda en el lecho del río y que puede ser de arcilla, piedras o arena. La maquinaria está de vuelta, esta vez para atender 11 puntos críticos donde el caudal ha generado deterioro de las losas del canal que amenazan con detener el Metro una vez más. / Foto: Andrés Henao Álvarez
 
 
“Ahora la gente no se acerca al río por las autopistas. Este pro­yecto no es un medio, es un fin y uno de sus efectos es que la gente se acerque al río y si algo le huele, proteste”, comenta.
 
Las obras ya empezaron y la primera etapa estaría lista a co­mienzos de 2016. Según Vargas, este proyecto se articula a la construcción del interceptor Norte, una planta que busca la remoción del 80 por ciento de la carga contaminante del río (agua residual) generada en la ciudad, que anualmente es de 187.404 metros cúbicos, de los cuales actualmente solo se tratan 44.526 con la planta de San Fernando (20%).
 
No obstante, para el gerente de Aguas Residuales de EPM, Carlos Quijano, creer que esta obra es la salida en la búsqueda de mejorar la imagen del afluente “es una locura”. Sus argu­mentos están sentados en que, evidentemente, el interceptor sí tratará el 80 por ciento de las aguas residuales, sin embar­go, no habrá muchos cambios en el panorama, pues esta obra se realiza al norte de la ciudad, en el municipio de Bello, y el accionar de Parques del Río está en la zona centro.
 
“Desde siempre, la gente nos echa la culpa a nosotros por la contaminación, pero hemos hecho la tarea hasta hoy y muestra de ello es este proyecto. De todas maneras, nadie puede asegurar que la calidad del agua mejorará para este tipo de proyectos. Sin duda, los resultados se verán cuando se actúe sobre el tramo del nacimiento del río, a la altura de Caldas, La Estrella y Sabaneta, unos 8 kilómetros”, explica Quijano sobre la obra que empezaría en 2018.
 
Para Diana Catalina Álvarez, directora de la Maestría en Urbanismo de la Universidad Pontificia Bolivariana, la ciudad no puede desandar el camino de haber confinado este río, ya que con las tecnologías actuales no tendría cómo dis­tribuir sus servicios tanto de movilidad como domiciliarios, con las pendientes de los demás sectores del valle.
 
“Más que necesitar estos túneles para ocultar las vías, lo que necesitaría para volver a serlo sería deshacerse de la impermeabilización (descanalizarse), recuperar su cauce —los meandros (desrectificarse)— y recuperar la vegetación a lo largo de su ribera. El proyecto ¨Parques del Río no busca es su eje de movilidad, y el eje principal de todas sus redes: gas, poliducto, fibraóptica, energía, otros”, comenta.
 
Los trabajos de rectificación iniciaron en 1940 y estuvieron a cargo de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín. Foto: Rectificación
del río Medellín, 1942 / Fotógrafo: Mejía, Francisco. Biblioteca Pública Piloto de Medellín / Archivo Fotográfico
 
 
UN RÍO QUE SE VE COMO UN LIENZO DE COLORES
 
Cada tanto, el color natural arenoso de las aguas se tiñe corrientemente del rojo al azul. El año pasado, los medellinenses evidenciaron coloraciones que llevaron a impartir 10 sanciones a empresas, de las cuales 6 fueron por color y las otras por vertimientos.
 
La normativa colombiana que rige las disposiciones relacio­nadas con los usos del recurso hídrico, el Ordenamiento del Recurso Hídrico y los vertimientos al recurso hídrico, al suelo y a los alcantarillados es el Decreto 3930 de 2010. Sin embargo, hay un vacío en ella, pues esta no establece límites sobre el tipo de vertimientos de tinturas que se dan en afluentes. El Área creó una unidad de emergencias ambientales, que bus­ca la procedencia de los químicos, y también creó el Acuerdo Metropolitano número 21, una norma cualitativa que se creó por rigor subsidiario para la resolución en temas de color.
 
“Un vertimiento puntual de un metal pesado es camuflado en el río dado el caudal que lo diluye. Es una nube negra, nada mejor que camuflar una cosa en el río”, dice Joya.
 
Quienes han tenido que pagar las multas son industrias como Cueros Vélez, Locería Colombiana - Corona, la Fábrica de Lico­res  de Antioquia, Intercole y Fabricato, la textilera que en 2013 fue sancionada con 126 millones de pesos tras reconocer los vertimientos de colorantes a las aguas el 3 de julio de ese año.
 
María Teresa Salazar, jefe de Gestión Ambiental de Fabrica­to, afirma que “la gente no se va a volver a molestar y a im­pactar por este tema”, ya que la empresa decidió construir una planta de tratamiento de aguas residuales.
 
El proyecto está en planos y aún no inician ejecución. No obs­tante, estaría lista antes de septiembre de 2015. Su costo es de 6 millones de dólares y su función es tratar el agua de los procesos de tintorería en los que la empresa usa un 70 por ciento del total del agua en todos sus procesos, un equivalen­te a 5 mil metros cúbicos de agua por día y de los cuales van a tratar el impacto del color. Esta tratará 20 litros por segundo de agua con residuos y con posibilidad de reúso para volverlo a entrar al proceso textil.
 
“El tema acá es paisajístico para la sociedad y la autoridad am­biental. Era un tema de impacto visual, pues el índigo es un color fuerte y penetrante. Si bien las sustancias químicas tienen su grado material sólido que debe descartarse, estos baños ya no van por lavados”, explica.
 
Actualmente, 3 grandes empresas tienen permisos vigentes para descargar sus aguas residuales y 5 están en trámite. Otras 60, entre lavaderos de carros y pequeñas empresas, aún no tienen permisos y sin embargo terminan vertiendo sus desechos.
 
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Editorial

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