Salud Hernández
Periodista
Hasta la fecha lo que vemos es que no importa que arrasen con las tierras más fértiles del sur de La Guajira, las más productivas con los proyectos de mina subterránea y de cielo abierto
El carbón sigue conquistando feudos en el centro de Cesar y el sur de La Guajira, arruinando ríos y valles verdes. Una región bella, plagada de árboles frondosos, deja paso a montañas de estéril y tierras áridas. Idéntico panorama al descrito hace un par de años en estas páginas.
Ni reforestan ni preservan las aguas ni aportan desarrollo verdadero a las comunidades, aunque en su discurso aseguren todo lo contrario y en el panorama haya aparecido la nueva directora nacional de licencias ambientales, a la que se debe apoyar porque querrán tumbarla. Al menos ha frenado algunos permisos porque la red de monitoreo de aire demostraró niveles de contaminación por encima de lo permisible.
El 60 por ciento de las hectáreas cedidas en concesión en la región se encuentran en suelo con vocación agrícola y ganadero. Incluso el ministro Juan Camilo Restrepo reconoció la masacre ambiental de los departamentos: “Un paisaje lunar donde se acabó la agricultura”. En el colmo del atropello ecológico, para satisfacer las necesidades de un consorcio de compañías multinacionales, entre las que está Cerrejón, se proponen desviar 26 kilómetros del río Rancherías para extraer quinientas toneladas de su lecho. Por supuesto que la promesa es no perjudicar un centímetro de la Naturaleza, intervenir la zona más adelante, cuando hayan finalizado su explotación, para dejarlo después tal como la encontraron.
Lo mismo que declara la empresa CCX respecto al río Cañaverales, que desemboca en el río Cesar, y el manantial del mismo nombre, que no solo es un tesoro de fauna y flora sino fuente que nutre de agua al corregimiento Cañaverales del municipio de San Juan del Cesar. Los lugareños, en pie de lucha, lograron un compromiso de la empresa de protegerla. Pero como a la hora del té los que mandan son las carboneras porque deben nutrir la locomotora minera que todo lo marchita, cuesta creer que cumplirán sus compromisos.
Hasta la fecha lo que vemos es que no importa que arrasen con las tierras más fértiles del sur de La Guajira, las más productivas con los proyectos de mina subterránea y de cielo abierto. Y al igual que ocurre con su vecino Cesar, si un ganadero comete la osadía de negarse a vender sus propiedades, le expropian. Lo que prima no son los intereses medio-ambientales ni los de los ganaderos y cultivadores colombianos con generaciones de tradición de trabajo en el campo, sino generar la ilusión de un progreso que sigue sin verse en ambos departamentos.
Porque una cosa es que se respire el olor del dinero en las caóticas calles de El Paso –62 por ciento de sus pobladores tienen las necesidades insatisfechas– o en las de San Juan –nuevo jugador en el tablero carbonero donde se vive una bonanza inmobiliaria creada por CCX–, y otra muy distinta es que produzcan verdadero desarrollo y un entorno amigable con la Naturaleza. Ahí están La Jagua, el mismo El Paso o Chiriguaná para conocer el desastre social, económico y ambiental que provoca dicho mineral.
¿Recuerdan que juraban que no pasaría nada con el desvío del Calenturitas para favorecer a la antigua Glencore, ahora Extrata? Pues se desbordó y se inundaron las fincas ribereñas porque desaparecieron los humedales y al cometer la brutalidad de extraer carbón del lecho del río, se fue sedimentando. Los afectados hicieron toda clase de requerimientos a Corpocesar pero como es competencia del Medio Ambiente, todo fueron oídos sordos. Hasta la fecha, nada corrigieron.
En cuanto a las compensaciones prometidas a las empresas agroindustriales por los perjuicios graves que les causan, aún están por verse. Si tienen que recurrir a demandas penales, algunas habrán quebrado cuando los jueces decidan.
Y qué decir de la reforestación; lo hecho es raquítico o nulo y la apariencia es que seguimos la tendencia depredadora del pasado donde en pueblos como La Jagua no se ve un arbolito nuevo y si lo plantaron, deben considerarlo un tesoro valiosísimo y lo escondieron en las profundidades terráqueas.
Tampoco funcionan los reasentamientos. En el Cesar hay cinco comunidades que están afectadas y las compañías mineras se la pasan torpedeando a la autoridad ambiental para dilatar los procesos. En suma, declaraciones pomposas plagadas de promesas huecas, un centro del Cesar y un sur de La Guajira que pierden su esencia, una locomotora desbocada que atropella a quien se le pone en medio y un ministro de Medio Ambiente no se le ha visto el pelo. En dos años veremos.