Jueves, 1 Mayo 2025

Por. Santiago Madriñán de la Torre

 

Director Centro Empresarial Colombiano para el Desarrollo Sostenible, Cecodes

En la Cumbre de Río+20 quedó claro que son las empresas las que están ahora liderando el de­sarrollo sostenible. Por fortuna, los gobiernos llegaron finalmen­te a un documento de acuerdo: el texto final de la Declaración de Río+20, que incluye importantes llamados a una eco­nomía verde y a la necesidad de contar con reportes de sostenibilidad por parte de las empresas. Además, gracias a la activa participación de la delegación de Colombia, se logró la aceptación de las metas para el desarrollo sostenible SDG (Sustainable Development Goals).

Hay que destacar que en una reunión paralela a la de Naciones Unidas se con­gregaron 1.800 líderes empresariales (la más grande de la historia). Hace 20 años en Río 1992, los negocios no tuvieron voz. Ahora fueron las empresas las que tomaron el liderazgo para gestionar las soluciones, dándoles un sentido de ur­gencia y la necesidad de hacerlo a gran escala.

Las empresas tienen claro por qué deben comprometerse con el desarrollo sostenible: con los conocimientos científicos más rigurosos y recientes hay certeza de los límites del planeta. Estos ya se han sobrepasado en pérdida de biodiversidad, cambio climático y el mundo está cercano a sobrepasar los límites en agua fresca, suelos y acidificación de los océanos.

El paradigma del desarrollo “business as usual” no es sostenible y presenta in­minentes riesgos de aprovisionamiento y aumento de costos que hacen vulne­rables a las empresas. Adicionalmente, aumentan las tensiones sociales en un mundo globalizado, donde la tecnología y redes sociales juegan un papel predo­minante.

En este escenario, las empresas tam­bién ven oportunidades: inversiones en energías renovables, servicios de agua potable y riego, nuevas tecnologías en la producción de alimentos, entre otros

De esta manera, las empresas crean “va­lor compartido” con sus stakeholders. Oportunidades todas donde Colombia puede ser altamente competitiva, preci­samente gracias a su riqueza en biodi­versidad, agua, montañas y suelos.

Las empresas saben que deben interna­lizar los costos ambientales y sociales, además de conocer sus huellas de car­bono, agua y en general toda la huella ecológica. Hay que reportar no solo la rentabilidad financiera, sino también las rentabilidades ambientales y sociales. Tienen que ofrecer energía a todos, ali­mentar una población de 9 billones de personas en 2050, reversar la degrada­ción de los ecosistemas y darle valor a la naturaleza.

Son conscientes de que los cambios ha­cia una economía verde son urgentes porque nos estamos acercando a un de­sastre, y que solas no lograrán la meta de un desarrollo sostenible. Reconocen que hay que trabajar con las ONG, los gobiernos, la academia, la comunidad científica, los políticos, la sociedad civil y los individuos.

Un ejemplo de pasar de la visión a la ac­ción es el WBCSD, que ha desarrollado el proyecto Acción 2020 soportado por miembros de la organización como ERM, Henkel, Infosys, PWC, Shell, Siemens, Syngenta, Unilever, 3M, ABB, Akzo Nobel, BASF, BMW, Chevron, Deloitte, Dupont, Honda, Komatsu, L’Oréal, Mit­subishi, Pepsico, Procter & Gamble P&G y Toyota.

Acción 2020 propende por una eco­nomía circular de cero desperdicios, de energía y movilidad confiable y baja en emisiones de gases efecto invernadero, recuperación y cuidado de los ecosiste­mas, seguridad alimentaria y reportes de sostenibilidad que incluyan las externa­lidades positivas y negativas, en la que se hagan transparentes los compromisos de las empresas y una economía de mer­cado bien informada.

Se espera que, en el futuro, el desarrollo sostenible no sea una práctica, algo que hace un departamento, sino que esté in­merso en toda la organización y en toda la sociedad.

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