Jueves, 25 Abril 2024

Un líder de reconocida trayectoria en procesos de paz inicia su gestión como nuevo Ministro de Ambiente; paralelamente, el acuerdo preliminar Gobierno- Farc habla de “desarrollo económico con justicia social y en armonía con el medio ambiente” como “garantía de paz y progreso”. Lo anterior significa que de ahora en adelante estos dos conceptos, AMBIENTE Y PAZ, van a estar indefectiblemente articulados.


No importa que el ministro Uribe no sea experto en los temas ambientales; ninguno de nuestros ministros de ambiente lo ha sido antes de su nombramiento. Lo que sí tiene Juan Gabriel Uribe son dos condiciones que, de emplearlas a fondo, pueden propiciar grandes saltos en consolidar una agenda ambiental eficaz y moderna: agudeza y carácter. Con ellas seguramente el Ministro va a encontrar en los temas de su cartera muchas iniciativas que permitirán aumentar la legitimidad del Estado en muchas zonas en las que la débil institucionalidad ambiental ha permitido que sean las mafias y los grupos armados los que impongan por la fuerza de la intimidación, del chantaje o de la corrupción, la manera como se aprovechan nuestros recursos naturales.

Ahora, la confluencia de paz y ambiente que se da en el jefe de la cartera puede desatar un círculo virtuoso y oportuno. Es que sin paz la minería ilegal –pero también en varios casos la legal– se ensaña contra los ecosistemas más sensibles que hacen parte de un patrimonio natural que se agota. Sin paz, el narcotráfico tiene más facilidades de herir bosques para sembrar coca y armar laboratorios. Sin paz, la voladura de oleoductos y demás ataques a la infraestructura del país encuentran el ambiente propicio para su incremento. La ausencia de paz permite que el comercio ilegal de maderas y otras especies exóticas se incremente en proporciones mayúsculas en nuestra Amazonia y en el mismo Chocó Biogeográfico.

De otro lado, la paz también en sí misma es un aliento para cubrir el territorio de esquemas respetuosos de aprovechamiento sostenible de esa inmensa biodiversidad con la que resultamos favorecidos como nación. No hay duda de que con paz tendríamos todas las condiciones para convertirnos en potencia ecoturística global, como lo es hoy Costa Rica. Causa entusiasmo pensar que Puracé, Paramillo, Macarena, el páramo de Sumapaz y Farallones, dejarían de ser un paisaje para el disfrute de combatientes que por allí pasan y podrían ser centros de peregrinaje de turistas nacionales e internacionales recibidos por empresas en asocio con comunidades campesinas de las zonas de amortiguación.

Desde ahora tenemos que saber que no es fácil encontrar plazas de trabajo para la nueva fuerza laboral que surge de las negociaciones, pero podríamos pensar que el compromiso ambiental abrirá nuevas posibilidades de empleo y de ingresos a esa población que se integra al ciclo económico. La paz seguramente permitirá que podamos desarrollar esquemas que incorporen a campesinos habitantes de nuestras cuencas altas en el pago por servicios ambientales que ya tenemos en nuestra normativa.

Si bien es cierto que todo eso es posible con la paz, también lo es que no debemos esperarla para avanzar en la consolidación de las herramientas ambientales que la permitan. Podemos avanzar en el afianzamiento de autoridades ambientales pulcras y eficientes, apoyadas por comunidades organizadas en la vigilancia del patrimonio natural. Son algunos compromisos de fondo que permitirán avanzar en serio, pues mientras la paz llega debemos hacer todo lo que sea necesario para que ella se establezca.








 

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