Con seis millones de metros cuadrados, la selva amazónica es la más grande de la Tierra, y su río, el más largo del mundo. Recorre territorios de 8 países, cuenta con 2.500 especies de peces -muchas más de las registradas en el océano Atlántico- y tiene 1.600 plantas medicinales, la esperanza de cura de muchos males que azotan la supervivencia humana. Sus características la convierten en la clave para reducir las emisiones de dióxido de carbono, frenar el aumento de la temperatura y regular el clima, por lo que hace las veces de aire acondicionado del Planeta. Sin embargo, nada de esto parece atraerles a los ciudadanos. La Encuesta Percepción Amazonas 2030, aplicada por Napoleón Franco a 1.575 colombianos de 45 municipios y ciudades capitales, en el 2010, reveló que el 67 por ciento de los colombianos sabía poco o casi nada del Amazonas. Increíble y penoso desconocimiento, teniendo en cuenta que este territorio en Colombia ocupa el 42 por ciento del total nacional.
La ignorancia no es el principal enemigo de esa selva. La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg) identifica la minería, la deforestación, la explotación de petróleo, la construcción de hidroeléctricas y las concesiones viales como las principales amenazas que tiene este ecosistema. De hecho, ese mismo organismo, en el atlas Amazonia bajo presión, publicado recientemente, mostró que entre 2000 y 2010 se suprimieron cerca de 240.000 kilómetros cuadrados de selva amazónica, lo que equivale al doble de la amazonia ecuatoriana o al territorio completo del Reino Unido. Además, según el IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU) y WWF (World Wildlife Fund) si se continúa con el ritmo de deforestación solo existirá el 45 por ciento del bosque en el 2030, lo que implica el colapso del ecosistema amazónico, que produce el 20 por ciento del oxígeno que respiramos los habitantes de la Tierra.
Estos vaticinios coinciden con el informe GEO (Global Environment Outlook), realizado por el Programa de Naciones Unidas para el medio ambiente (Pnuma) y la Organización del tratado de cooperación amazónica (OTCA), que fue publicado 5 años atrás y que llegó a la misma conclusión: la selva estará perdida en unos años si no se actúa ya. Con el tamaño que tiene la amazonía cuesta trabajo creer estas nefastas profecías que, lamentablemente, tienen más de realidad que de ficción. Según Wendy Arenas, científica social, cofundadora y directora ejecutiva de Alisos (Alianzas para la Sostenibilidad) y líder del proyecto de rendición de cuentas Amazonas 2030, lo dicho anteriormente es muy probable ya que no es necesaria la destrucción de toda la selva para que el bioma amazónico se acabe, solo basta con llegar al límite en el que el ecosistema deja de tener resiliencia (capacidad de absorber perturbaciones). “Cuando se disminuye en un 75 por ciento hay consecuencias negativas así no haya actividad antrópica y esto hace que el ecosistema no tenga capacidad de sobrevivir después de determinado punto”, explica. Para ella, la Amazonía es igual de misteriosa que los océanos profundos, “sabemos muy poco del comportamiento de este gran bosque tropical pero conocemos que tiene una relación muy clara con el régimen de lluvias y los nutrientes que genera”, afirma.
Dilemas de la selva amazónica
A pesar del desconocimiento, para enfrentar
la realidad de la amazonía hoy,
los expertos tienen en cuenta varios
temas sensibles: la infraestructura, por
ejemplo, ya que implica tumbar bosques
y, una vez se crean carreteras, las
migraciones aumentan, esto lleva a la
colonización en la región.
Y ese, el de la infraestructura, parece
ser la amenaza más grande. Pedro Bara,
líder de la Estrategia de Infraestructura,
de la Iniciativa Amazonia Viva de WWF,
plantea la necesidad de construir una
visión compartida con respecto a las
cuencas amazónicas, que como sea van
a ver grandes proyectos hidroeléctricos
y mineros.
“WWF viene defendiendo la tesis de
la planificación integrada de la región y
ha propuesto un debate nacional sólido
sobre la Amazonia que queremos conservar
en el futuro. Eso implica definir
qué ríos preservar antes de que la acumulación
de los impactos de numerosos
proyectos hidroeléctricos y mineros, tratados
de forma aislada, genere un impacto
socioambiental de proporciones
potencialmente desastrosas”, concluye
el experto.
De otro lado está el tema de los
hidrocarburos. Hace 30 años nadie
pensaba que había petróleo en el
Amazonas. Hoy, la Agencia Nacional
de Hidrocarburos (ANH) ha planteado
bloques de potencial exploración.
La esperanza, sin
embargo, es que este
sector es el más formalizado
ya que
mayormente cumple
estándares y
el Estado puede
ejercer control y
seguimiento. En
ese sentido, no
es una utopía una
producción de petróleo
responsable teniendo en
cuenta a las comunidades.
Otro de los motores de presión es
la minería, un tema más complejo.
El año pasado, para la amazonia,
se expidieron dos resoluciones: la
0045, por el Ministerio de Minas
y Energía, y la 1518, por el
Ministerio de Ambiente, ambas con el objetivo de ordenar este sector
en la región ya que se desconoce qué es
lo que hay allí.
Grupos armados
Y es que la amazonia colombiana se conserva más que la brasileña, en donde -en el caso de la cuenca hidrográfica del río Tapajós, que representa cerca del 60 por ciento del territorio brasileño- está previsto construir 42 hidroeléctricas. Eso no pasa en territorio colombiano gracias a un componente adicional y negativo: los grupos armados. Estos han ahuyentado grandes proyectos de infraestructura en la selva, lo que significaría un aumento importante de la deforestación y de las amenazas para la biodiversidad por la contaminación de suelos y ríos. Eso no implica que los grupos al margen de la Ley protejan los recursos naturales, pues ellos mismos dependen de la madera y la minería. “El proceso de paz puede ser una oportunidad para nuestro Amazonas en lo que tiene que ver con los territorios en los asentamientos tradicionales de la guerrilla de las Farc que han estado en Caquetá, pie de monte amazónico, durante los últimos 20 años. La zona ha sido ocupada y controlada por ellos política, productiva y ambientalmente así que, en definitiva, este es otro factor determinante”, afirma Arenas. Y aunque mucho se habla de las hidroeléctricas, en la amazonía colombiana no hay ninguna planteada por ahora. Ese tema ha estado en el fogón, más que todo, en Brasil, donde se ha puesto sobre la mesa su desventaja: una hidroeléctrica puede producir muchas más emisiones de gases de efecto invernadero por el metano que se genera al inundar zonas tan grandes. Pese a esto, ningún país está dispuesto a asumir los costos de energías alternativas como la solar y la eólica dado el nivel de tecnología y demanda que se necesita.
Futuro en construcción
Entendidos los actores que intervienen en el porvenir de la Amazonía, expertos ambientalistas coinciden en que la visión de desarrollo en esta región requiere de unas especificidades que no se pueden concebir desde lo convencional, así que el desarrollo debe estar asociado a generación de ingresos sin detrimento, siempre buscando la conservación de los recursos naturales. “Tenemos que valorar el Amazonas no desde una ecuación económica y monetaria sino estratégica para el futuro e invertir en conocimientos que generen recursos para el resto del país”, asegura Arenas. Aunque actualmente existe un plan de conservación desde los resguardos y los Parques Naturales, es importante ordenar todos los actores y, como asegura el consultor ambiental Ronald Ayazo Toscano, “vale la pena que la gente que habita la zona tenga alternativas sostenibles de aprovechamiento de recursos sin necesidad de destruirlos y sin impactos irreversibles”. El punto más triste de la historia son las consecuencias de no implementar estrategias de este tipo, pues sin el Amazonas se acabaría el régimen de lluvias. El bosque verde se volvería seco y los Andes perderían sus atributos porque la mayoría de su humedad viene del Amazonas. Sería crítico e inviable ya que sin agua no hay alimentos.“Estamos ubicados en la zona tórrida del planeta, en la zona del Ecuador, la más cercana del sol, así que el bosque amazónico enfría la región. Si desaparece, el Calentamiento Global aumentaría no solamente por las emisiones de metano y CO2 que se emiten al deforestarlo, sino porque se pierde un refrigerante natural”, concluye la directora de la fundación Alisos. Y la lucha continúa. Está todo por hacer. Los ambientalistas tienen claro que si los intereses económicos se concretan y priman, la selva se volverá sabana e incluso desierto, y tanto Brasil que cultiva guaraná, como Bogotá (Colombia), que tiene agua potable, se verán en problemas ya que la regulación de sus lluvias -lo que les garantiza su supervivencia- se la deben solo a la Amazonía. Una deuda que tienen todos los países del continente con esta selva y que nunca podrán pagarle.