Viernes, 19 Abril 2024
Carlos Moreno es uno de los colombianos que más sabe de estas plantas, que seducen a los insectos a través de trampas para luego comerlos.

En 1960, Seymour Krelboyne, el empleado de una floristería de Los Ángeles (EE. UU.), terminó sus días devorado por una planta carnívora. Había llegado a sus manos horas después de un eclipse de sol, como un ejemplar exótico que él debía cuidar para salvarse de ser despedido y para que la ruina económica no acabara con las ya frágiles finanzas de su jefe. Al parecer, la planta le exigía tanta comida que se dice que Krelboyne habría matado a varios de sus clientes para saciar el hambre voraz de este espécimen floral que bautizó como ‘Audrey Junior’. Incluso, algunos explican que la alimentaba con su propia sangre. Un día, sin que aún se sepa cómo, Krelboyne amaneció muerto entre las fauces de ‘Audrey’. “No es cuento, pero las historias de horror han rodeado por años a las plantas carnívoras”, me dice Carlos Moreno, uno de los colombianos que más sabe de estos seres biológicos extraordinarios. “Menos mal Krelboyne ha sido la única y la última entre sus víctimas humanas”, agrega. Sí, menos mal la muerte de Krelboyne también hace parte del argumento de una película de ficción: La pequeña tienda de los horrores, una de las más famosas de la historia, filmada hace más de medio siglo y luego transformada en musical. Y sí, menos mal las carnívoras no tienen entre sus gustos la carne humana, porque Moreno cultiva más de 2000 de ellas en su casa, situada en un barrio residencial del norte de Bogotá. Como un Krelboyne moderno, las alimenta, las vigila y las analiza. También las lleva a exhibiciones. Creó con un socio la firma Colina Carnívora, dedicada a investigarlas. Y también las vende para obtener algún dinero que le permita seguir adelante con esta misión, casi transformada en pasión.

“Ni asesinas de hombres. Mucho menos sedientas de sangre o agresivas como un felino”, me dice, como para cerrar cualquier intento personal por crear un nuevo mito. Mejor, suspende de tajo la explicación y pasa a mostrarme cómo actúan sus ‘mascotas’. Se acerca a una que tiene tallos extendidos, que terminan en hojas parecidas a un cepo. Él le arrima un insecto que ha capturado intencionalmente para esta prueba. Lo pone a caminar por uno de esos tentáculos y de un momento a otro este se cierra con la fuerza de un portazo. En segundos, el invertebrado se ve atrapado en una hoja que ha cerrado sus lados para convertirse en una rigurosa celda. La planta deja de secretar néctar y comienza a expulsar enzimas que carcomerán el exoesqueleto de la presa hasta absorber el nitrógeno, el fósforo y otros nutrientes, con los que se ayudará a hacer la fotosíntesis. Como dice el reconocido escritor científico Carl Zimmer, es la muerte más humillante para un aguerrido insecto: “Lo mató una planta”. Las carnívoras hacen parte de esas creaciones del realismo mágico natural que han escogido los lugares más extremos del bosque tropical para abrirse un espacio en la biodiversidad. No estaríamos hablando de ellas si muchas no hubieran elegido las selvas colombianas como refugio. Hay pequeñas, coloridas, vitales para la vida humana sobre la Tierra. Y sí, asesinas, especialmente de hormigas, cucarrones, mariposas o zancudos. Todo para controlar plagas y reducir las enfermedades que nos pueden transmitir, aunque no despreciarían un renacuajo, un pichón o un pequeño ratón que por casualidad se les acerque. Las carnívoras parecieran una combinación de animal y planta, porque, como cualquiera que se considere miembro activo del reino vegetal, sacan su alimento de la luz del sol y de los pocos minerales del suelo que han escogido para reproducirse (más bien árido), pero también han desarrollado una habilidad para cazar, como la que podría tener un reptil: lenta, pero segura, basada en trampas. En aquella prueba intencional con la que Moreno me mostró la habilidad de uno de sus ‘retoños’, la especie que capturó a aquel insecto se llama venus atrapamoscas (Dionaea muscipula), originaria de Estados Unidos ¿Cómo supo esta planta que había algo acechándola para dar ese zarpazo? Dentro de cada tentáculo, ella tiene tres pequeños pelos sensitivos que le permiten identificar si lo que acaba de posarse en su extremidad vale la pena. Si es así, cierra la trampa, en un movimiento que le quita mucha energía y que de ejecutar repetidamente o sin justificación puede matarla. Por eso, ha aprendido con el tiempo a diferenciar si lo que entra a su cepo es alimento o una gota de agua. ¿Cómo? Una gota de agua solo toca un vello al caer, pero si lo que está dentro toca dos de los tres, es un insecto.

Otras clases de carnívoras que Moreno también cultiva se han recubierto de sustancias pegajosas, que atraen a los insectos por sus olores perfumados. Con eso, cualquier invertebrado que se les acerque como queriendo beber un agraciado elixir, quedará adherido sin remedio a sus tallos y condenado a una muerte lenta. Y existen las que tienen forma de jarra (son de los géneros Nepenthes y Sarracenia), cuyos bordes recubren con sustancias deslizantes que hacen que el insecto se pare allí, resbale y caiga al fondo, para ser devorado en una especie de sopa mortal, formada por enzimas que ya están siendo investigadas para combatir las infecciones que atacan a los humanos en los hospitales, porque tienen un fungicida que no destruye tejidos sanos. Moreno, un diseñador gráfico que llegó a este rincón de la biología casi que por casualidad, dice que dedicarse a ellas requiere templanza para tolerar los fracasos, porque lograr su reproducción no es fácil. Cuenta que se ven por todo el mundo, desde Madagascar, pasando por Filipinas, Estados Unidos, Centroamérica y Suramérica, y que en Colombia, hay más de 50 especies viviendo en la zona Andina, el Amazonas y los Llanos. La más común es la utricularia, la planta más rápida en sus capturas. También hay acuáticas o epífitas, que se desarrollan sobre otra planta. Generalmente crecen entre bosques de niebla, aprovechando la humedad, pero por estar allí, se vuelven vulnerables a la tala, la ampliación de la frontera agrícola y la ganadería. Por eso muchas desaparecerán sin que hayan sido bautizadas, una buena noticia solo para las moscas. “Falta investigación. Hay pocas personas dedicadas a estudiarlas. Pensaría que mi socio y yo, a través de Colina Carnívora, hemos logrado reunir la mayor cantidad de información, muchas veces a punta de ensayo y error”.

DARWIN TAMBIÉN CAYÓ EN SUS TRAMPAS



Carlos Linneo, el gran naturalista sueco del siglo XVII que ideó nuestro sistema de clasificar a los seres vivos, decía que las plantas carnívoras “eran contrarias al orden de la naturaleza establecido por Dios”. Pero Charles Darwin, autor de la teoría de la selección natural, dijo alguna vez “que le interesaban más esas especies que el origen de todas las otras del mundo”. Él las estimulaba con trozos de carne y consideró que el hecho de que reaccionaran a la presencia de un insecto y no a una gota de agua, se llamaba ‘adaptación’. Calificó a la Venus Atrapamoscas como una de las plantas más hermosas del mundo y escribió un libro que se llamó Plantas insectívoras, en el que confirmó que las hojas que se plegaban tardaban más de una semana en volver a abrirse. ¿Si las plantas no tienen músculos ni nervios, cómo lograban reaccionar?, se preguntó. Hoy, a partir de la curiosidad de Darwin, ya se sabe que todo son impulsos eléctricos.
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